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Blog de Dianary

Vivencias de un cazador (IX)



 

Nuestra experiencia nos hace cada vez mejores cazadores, o eso creemos:

¿A quién no le ha sucedido que entrando a unas perdices al trasponer una ladera, siempre han salido de media ladera hacia abajo, y de pronto estas salen hacia arriba, sorprendiéndole y no poder quedarse con ninguna?

¿A quién no le ha pasado que viendo entrar un cochino al puesto, le ha esperado en la trocha de su querencia, y ha salido al contrario por lo espeso, sin darle tiempo a reaccionar para quedarse con el trofeo?

La caza es incertidumbre, es aprendizaje continuo, es vivencia máxima, es arte, es destreza, es…. Tantas cosas, cada uno la vivimos de una forma, pero lo que es seguro es que nunca son matemáticas exactas, demasiados factores son variables aunque Tú apliques constantes.

Mi experiencia cinegética me ayuda a aceptarme cada vez más como un cazador falible, y por ello a dar mucha más importancia al lance en su calidad que en su cantidad, y darme cuenta del valor de lo vivido, que es irrepetible. 

No hay dos momentos en la caza iguales, y eso con el paso de los años, le das una importancia capital, por eso guardo de forma tan preciada, la última vez que cacé con mi Padre, y con otros amigos que ya no están entre nosotros.

Ahora disfruto más de estar compartiendo un día de caza con mi hijo, que el resultado de la jornada cinegética, la experiencia te ayuda a saborear mucho más los aromas y sabores, los sentimientos y emociones que vives cazando, mucho más que los resultados. 




Vivencias de un cazador (VIII)



Hoy recuerdo a mi Padre, que ha fallecido, como mi mentor y mi espejo del buen hacer en la vida como cazador.

 

Seguro que está comentando lances y peripecias, vivencias y sin sabores, con todos sus amigos y compañeros de andanzas, que se fueron antes que él, y que le estuvieron esperando para compartir la eternidad.

 

Ahora, mientras revuelvo en sus cosas de caza, para retirarlas de su hogar, me doy cuenta de la historia de cada uno de sus objetos, y recuerdo las anécdotas que cada uno de ellos, poseen para Mí, muchas de ellas transmitidas por mi Padre. Ese cuelga que le regaló un cazador de palomas navarro, hace más de 60 años, hecho con cuero de cervuno, ¿Cuántas codornices portaron, tras su infatigable captura en los rastrojos de Castilla?, ¿Cuántas veces escuche la misma historia de cómo y porqué se lo regaló en agradecimiento por un favor impagable?

 

Hoy sólo queda el frío objeto, nada más, pero al verlo, evoca en mi ser todo ese recuerdo, toda esa vida, y por ello, mi Padre sigue vivo como cazador no tanto en mi memoria si no en la de todos los que compartimos una jornada, una velada o una vida con él.

 

Sé que estará disfrutando del canto de jilgueros y pardillos, de codornices y perdices, de la compañía de sus fieles perros y de la certeza de haber sido CAZADOR en esta vida.




Vivencias de un cazador (VII)



Recuerdo una fría mañana de diciembre, y al amanecer tras preparar todo lo necesario, echar andar con mi perro por las laderas de Castilla, en un coto muy pateado por mi y con la ilusión de conseguir cazar alguna perdiz, que por esas fechas ya eran muy escasas, y tenían mucho oficio. 

 

Tras andar mas de una hora sin dar con ellas, por fin arrancan largas 5, y como marca su querencia, siguen faldeando por delante de mi mano, ese aire que te da el ver caza, te llena los pulmones y te recarga las piernas.

 

Después de volarlas dos veces más, y ya disgregadas todas ellas, comienza la labor del perro de llevarte a su encuentro, de ponerte en situación de abatirlas,… aquí estarán, por aquí se quedaron, “busca”, “busca”, y comienza a nevar…

 

Ese campo tantas veces andado, esas referencias tantas veces vistas, en un abrir y cerrar de ojos, llega mi falta de orientación. Dejas la caza, y te conviertes en un hombre que debe de regresar a su vehículo, para no perecer, para seguir vivo. Quizás uno crea que es exagerado, pero no lo es, si lo viviste de esa forma, como cortar el monte para seguir un camino y forzar la memoria, para recordar a donde te lleva, y tras largas horas de marcha, consigues tu objetivo. Estás empapado, pero caliente y a salvo.

 

El siguiente día que pude volver a cazar, fui al mismo lugar, y las cinco perdices me volvieron a torear, y allí quedaron hasta la temporada siguiente, ya convertidas en dos bandos, que pude abatir alguna, recordando más la nevada que la captura de ellas.




Vivencias de un cazador (VI)



Los cazadores hemos vivido montones de lances propios, pero si hay algo que he disfrutado es en los lances ajenos. Recuerdo la mirada satisfecha de mi Padre cuando hice el primer doblete de codornices, las veces que me pudo recordar el lance, como los dos perros estaban de muestra y creyendo que era a patrón, cada uno tenía la suya, y salieron en direcciones divergentes.

 

Veo la cara de mi hijo, cuando abatió su primer corzo, como había que intentar pararle para que no saliera corriendo hacia él, la afición te puede, el instinto te atrapa, y ya no eres dueño de tus actos, eres un cazador, y necesitas poseer la pieza abatida. Esa expresión facial, ese gesto de energía, esa suma de emociones y sentimientos, nublan el pensamiento y te hacen sentir CAZADOR.

 

¿Quién no fue al campo con un compañero de caza y su saber y hacer nos creó admiración? Todos recordamos a ese cazador avezado en mil batallas, que sin querer dogmatizar, te da un consejo que siguiéndolo consigues tu objetivo de forma más fácil.

 

La caza es experiencia, y esta sólo se consigue con la práctica, y si tienes gente en la cuál fijarte y que te enseñe, mucho mejor. La prisa actual por conseguir grandes resultados, en vez de disfrutar con el ejercicio, nos lleva a esta fase de emplear la tecnología para minimizar los esfuerzos y conseguir resultados seguros. La caza es riesgo y ventura, esfuerzo e ilusión, respeto y sabiduría.




Vivencias de un cazador (V)



La caza la sentimos cómo vivimos, muchas veces no en nuestra realidad diaria, sino en la realidad onírica de los sueños. ¿Quién no ha vivido mil lances en sueños, con los ojos cerrados o abiertos? ¿Cuántas jornadas se llevó nuestro recuerdo, tras malograr un esfuerzo, tras conseguir un trofeo?¿ Cuántas imágenes asaltan nuestras retinas, cuantos olores nuestras pituitarias y sonidos nuestros oídos?

 

Todos tenemos recuerdos, pero sobretodo los cazadores tenemos Ilusión, tenemos ganas de volver a sentir lo que nadie puede sentir por nosotros, el placer de cazar, de estar en el campo, de esforzarnos en la captura de nuestra presa, en vivir una emoción ancestral, que llevamos en nuestros genes, y que solo desaparece con nuestra muerte.

 

Mi Padre, ya enfermo y sin poder salir al campo, aún le brillan los ojos cuando recuerda, tal día de caza en la media veda, que dio con un paso de codornices, y tras aprovechar las tres docenas de cartuchos, regresó a su casa con la percha llena y la ilusión de al día siguiente repetir la jornada con mayores pertrechos. Y cuál fue la decepción, que al regresar no encontró más que la codorniz alicortada que el día anterior no fue capaz su fiel perra Linda de cobrar en el arroyo, tras patear la vega, los arroyos, los altos, los rastrojos y los perdidos. Creo que le emociona más, el fracaso del día siguiente que la abundancia del previo. Esa es su vivencia, es única y sientes envidia de no haberla vivido.




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